Viernes 22 de febrero de 2002
 

Síntomas de debilidad

 

El problema principal que afronta el gobierno consiste en la sensación de que carece de un proyecto coherente y se limita a improvisar.

  Por lo común, los gobiernos tratan de brindar la impresión de saber muy bien lo que están haciendo y de estar seguros de que, luego de superar algunos problemas coyunturales, todo irá viento en popa. Sin embargo, al pedir "el apoyo de la gente" porque sin él "no se puede dar un paso" e implorar a los organismos internacionales que "den una mano", o sea, que dejen de insistir en exigirle reformas difíciles, el gobierno encabezado por Eduardo Duhalde parece haber optado por una estrategia distinta basada, es de suponer, en la idea de que si subraya su propia fragilidad no tardará en recibir la ayuda que cree necesitar. Aunque dicha actitud tiene su lógica - -a todo gobierno le convendría contar con el apoyo de la gente y la confianza de las agencias crediticias internacionales-, no servirá para que Duhalde adquiera la autoridad política sin la cual no le será dado lograr sus objetivos mínimos. Tampoco le habrán resultado muy útiles las manifestaciones de su vocero, Eduardo Amadeo, según las cuales antes de aceptar la dolarización "el gobierno se iría": nadie ignora que una eventual dolarización constituiría una derrota humillante para un gobierno que ha hecho de la pesificación su razón de ser, pero hablar como si no fuera una posibilidad teórica entre muchas otras sino una alternativa acaso inevitable que se aproxima día a día, es una forma de confesar la debilidad propia.
El problema principal que enfrenta el gobierno duhaldista no consiste ni en el estado realmente lamentable de la economía nacional, ni en el hecho de que no sea fruto de una elección general, sino en la sensación difundida de que carece de un "proyecto" coherente y que por lo tanto se limita a improvisar tratando de apagar un incendio tras otro sin tener en claro lo que aspira a lograr. Desafortunadamente, lo mismo que la Alianza que había apoyado la candidatura de Fernando de la Rúa, la coalición mayormente bonaerense que respalda a Duhalde llegó al poder impulsada por la convicción, para entonces compartida por buena parte de la población, de que lo que el país más necesitaba era un cambio casi existencial, pero parece haber creído que el desplazamiento del gobierno considerado responsable de la crisis sería de por sí suficiente como para corregir las deficiencias más evidentes y liberar las energías nacionales. De ser así, se ha equivocado por completo: mal que les pese a los duhaldistas, la "normalización" de la Argentina requerirá mucho más que una devaluación, aun cuando la ordenada a inicios de la gestión de Duhalde termine siendo tan exitosa como sus artífices han esperado.
Entre las causas del desconcierto que con cierta frecuencia se apodera del presidente y de sus colaboradores, incidiendo de manera sumamente negativa en el estado de ánimo de la sociedad en su conjunto, está un análisis demasiado abstracto de los motivos por los que resultó insostenible la convertibilidad. Inspirándose en los escritos difundidos por economistas extranjeros que son contrarios por principio a la rigidez cambiaria, la mayoría de los políticos peronistas, radicales y frepasistas supone que por tratarse de un esquema que estaba predestinado a fracasar, las razones puntuales para su derrumbe son meramente anecdóticas, de suerte que al gobierno no debería serle necesario reducir drásticamente el gasto público nacional y provincial, preocuparse por la competitividad de las empresas, por si su incapacidad para exportar tuviera que ver con algo más que una tasa de cambio adversa o emprender una serie de reformas profundas del Estado y del sistema impositivo. Asimismo, por motivos políticos, ni el gobierno actual ni el anterior han estado dispuestos a asumir el hecho patente de que la crisis que transformaría a la Argentina en un desastre tercermundista no se inició en 1976 sino décadas antes y que por lo tanto revertirla exigirá mucho más que algunos retoques políticamente viables. Para colmo, puesto que muchos políticos se las habían ingeniado para convencerse de que si no fuera por la convertibilidad no les sería forzoso aplicar "ajustes", el que después de la devaluación parezcan más urgentes que nunca les habrá resultado ser una sorpresa muy desagradable, de ahí su resistencia a tomar en serio la exigencia de que el gobierno produzca un plan que sea coherente.
     
     
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